miércoles, 2 de diciembre de 2015

Cambiar el universo

El día se despedía lentamente bajando un telón de colores que pintaba el cielo. Ella lo miró detenidamente, apreciando cada segundo, porque esa era una de las pocas cosas que todavía podía apreciar. Esperaba el colectivo pacientemente, hipnotizada por ese ocaso tan mágico. Se avecinaba la oscuridad. Y entonces, las luces de los autos se volvían destellos, que se acercaban y se alejaban. Reconoció el colectivo por su ruido tan característico, del que todas las sombras conocemos, y partió rumbo al lejano hogar. Las sombras ocupaban todos los asientos, así que se quedó parada, mirando por la ventana las miles de casas pasando rápidamente por como una cinta transportadora y adentrándose cada vez más en sus pensamientos, de los que ya no le pertenecían porque hacía rato de que ellos se habían vuelto dueños de ella.

De pronto le asaltó una idea tan rápida que fue como si le pegaran una patada en el estómago, tuvo que contener las ganas de doblarse y caerse al suelo. Cerró los ojos e imaginó el universo cayendo a toda velocidad e infinitamente. Pensó que tal vez todo se estaba desmoronando, que estábamos transitando una caída hacía al vacío, que en algún momento íbamos a llegar al fondo, chocar contra él y desaparecer junto con todo. La idea de que nada existiera jamás le adormeció las piernas y sintió como si la cabeza le diera millones de vueltas. ¿Y si algún día todo se termina? Ya no hay más vida, no hay más estrellas, lunas ni soles, días ni noches, ni tiempo. No hay tampoco partículas ni moléculas. Solo la nada misma.

De repente su mirada reparó en un niño que no debería tener más de dos años. Iba sentado encima de su madre jugando con unos lentes de sol demasiado grandes para su pequeña cabecita mientras se reía. En un momento se los sacó y ambos se miraron. El niño abrió los ojos asombrado, acercó su diminuta manito hacia ella y le acarició los dedos que estaban fuertemente aferrados al asiento. No supo cuánto tiempo duró ese momento. Tal vez fue solo una milésima de segundo. Se miraron tan fijamente que ella quedó atrapada en sus ojos grandes y brillantes. Vas a cambiar el universo, le dijo con la mente. Entonces descubrió su propio reflejo, su rostro plasmado en esos dos ojos como espejos. Y entendió que lo que había dicho, no se lo decía ni más ni menos, que a ella misma.


Vera Miszka


domingo, 5 de julio de 2015

El camino de la cornisa

Camino por una cornisa. A mi izquierda un edificio con ventanas yace en el medio de la noche, a mi derecha, el vacío. Con mis pies descalzos siento el frío del mármol. El viento sopla, amenazante. Avanzo lentamente, un pie delante del otro. Voy pasando por las distintas ventanas del edificio. En la primera, un niño en el suelo juega con sus juguetes. Concentrado, hace volar aviones, conduce autos, crea su propio mundo, y vive en él con alegría. Sigo caminando hasta que llego a la segunda ventana. En esta visualizo una cocina, en la que una mujer con delantal, revuelve la cacerola con una cuchara de madera. De allí sale un olor exquisito. Me recuerda a mi madre cuando cocina y llena la casa de esos aromas de los que están hechos las familias. Avanzo. La próxima ventana está muy iluminada. Me detengo para mirar. Allí una pareja se besa apasionadamente y de fondo se escucha una melodía que dan ganas de danzar. Al final, el beso termina en un abrazo profundo. Y pienso, qué bello es amar. El hombre, aun abrazando a la mujer, comienza a mecerse. Y de pronto el abrazo se convierte en una danza, la danza del amor. La música se termina pero ellos siguen danzando, en silencio, mirándose, haciendo el momento eterno.

Yo sigo mi camino. Primero un pie, luego el otro y así sucesivamente. Hasta que llego a la última ventana. Esta tiene una luz tenue. Parece oscura. La ventana está abierta y el viento entra como un intruso, haciendo ruido y molestando a las cortinas, que se alborotan violentamente. Escucho un ruido, parece un quejido. Mis ojos se acostumbran a la oscuridad de la habitación y logro ver una cama. Una silueta encima de ella, parece una bola meciéndose lentamente. Luego oigo el llanto. Comienza siendo bajito, como un susurro y se va haciendo más fuerte. Es tan profundo que siento unas lágrimas cayendo por mis mejillas. Quiero entrar, abrazar a esa persona y aliviar su dolor. Pero estoy paralizada. La silueta comienza a gritar, se sacude violentamente. Grita y se abraza con fuerza, con odio. La tristeza se ha convertido en odio. El dolor se manifiesta en un deseo por la muerte. Y, de repente, se hace silencio. Hasta el aullido del viento se calla. Entonces escucho unos pasos, rápidos como los de una rata escabulléndose. Siento el peligro.


La mujer aparece del otro lado de la ventana. Me ha descubierto, me mira fijamente. Sus ojos están irritados y exageradamente abiertos, junto con las ojeras le dan un aspecto macabro. Un relámpago produce un destello por unos segundos antes de que empiece a llover torrencialmente. En esos segundos logro ver su cara iluminada. Me invade el terror al descubrir que aquella mujer que me observa no es más que mi propia imagen. Ella también me identifica. Nos miramos fijamente, asombradas. Alzamos las manos, nos las rozamos suavemente. Tocamos nuestros rostros, los recorremos. Así nos descubrimos, nos encontramos. De repente, mi propio reflejo me sonríe. Pero no de alegría. Sus cejas se inclinan, formando una mueca horripilante. Los ojos inyectados en sangre se clavan en mí como dos dagas. Lentamente, levanta las manos. Me toma de los brazos con fuerza, me estruja como si fueran hojas secas de otoño. Grito de dolor, de miedo, de angustia. Y entonces puedo sentir como mi cuerpo pierde el equilibrio. Siento el empujón, las manos me sueltan y la caída se vuelve eterna. El vacío me absorbe, me transporta hacia lo desconocido. Cierro los ojos. Puedo sentir los últimos minutos, recuerdo las ventanas. Las gotas de lluvia me atraviesan, el viento me envuelve. Luego, todo termina. Ya no hay más dolor, para ninguna de las dos.


Vera Miszka


lunes, 22 de junio de 2015

La isla de las serpientes

Me encuentro en un sueño, del que no puedo salir.
Camino sobre el agua, descalza y despreocupada. Hasta que llego a una isla pequeña y conformada por negras rocas que se apilan hasta tocar el cielo. Está calma y silenciosa.
Estoy en la orilla, observando las extrañas formas de las rocas, cuando empiezan a salir de ellas serpientes que sisean y se precipitan hacia mí. Son tantas que mi mente asocia que la isla está hecha de serpientes, que se enroscan y desenroscan. Es entonces cuando miro mis pies desnudos, y veo una serpiente pequeña intentando subirse a mi pie. La esquivo delicadamente y comienzo a rodear la isla, intentando alejarme.
Si bien vine caminando sobre el agua, ahora sé que ya no puedo hacerlo y no hay forma de escapar. Sigo rodeando la isla, esquivando las serpientes. En ese momento me encuentro con una mujer que está agachada y de espaldas a mí. De repente me doy cuenta que yo, no soy yo, que soy otra persona, porque frente a esta mujer me encuentro yo, mirándome a mí misma. Estoy  sentada frente a esta mujer, que me ofrece un frasco que contiene un líquido de color piel. Mientras, parte de mí, dentro de esta persona que no sé quién es, observa como tomo este frasco y lo acerco a mi boca para beberlo. Entonces tengo un mal presentimiento, de alguna manera sé que ese líquido es veneno. Sin pensarlo, me doy vuelta y salto a una roca, y luego a otra, sin tocar el agua, alejándome sin mirar atrás.
Y así es como me abandoné a mí misma en la isla de las serpientes.



Vera Miszka

sábado, 31 de enero de 2015

El regreso a casa




Estoy acampando sola, en la oscuridad. Es tarde, y aún no puedo dormir. Oigo los sonidos que hacen los animales y la brisa, ese silbido que hace el viento siempre como anunciando que algo está por venir.


Hoy me desperté en mi cama, pensando que tenía que venir a acampar. Apenas lo supe me organicé todo para ir. Ahora acá estoy. Ni siquiera tengo una explicación. Solo lo hago porque siento que debo hacerlo. Es como si algo me llamara. Sí, creo que recuerdo haber soñado con este lugar. Recuerdo un susurro que no entiendo pero continúa sonando, no se detiene.


Es entonces cuando lo vuelvo a escuchar. Abro los ojos, pensando que estoy soñando. Después de unos segundos lo oigo otra vez, suena como si el viento me hablara. Entre esos sonidos de lengua extraña escucho mi nombre. La frase se repite, una y otra vez. Prendo la luz de la linterna, me quedo quieta y atenta. Comienzo a ver sombras por las paredes de la carpa. El sonido se vuelve más fuerte.


Hoy me desperté, sintiendo que debía buscar algo, pero no sé qué es. Ahora, muchas horas después, siento que debo salir a buscarlo.


Rápidamente, me pongo un abrigo y las zapatillas. Salgo con la linterna en una mano, me detengo a observar al rededor y luego comienzo a caminar.


Los grillos les cantan a la luna. Algunas lechuzas conversan con las estrellas. Todos los sonidos se combinan en una melodía hermosa, pero a la vez, misteriosa.


Después de caminar un rato, veo una luz a unos metros. Sin saber por qué me acerco hacia ella, estoy a punto de tocarla. Estiro los dedos cuando, de repente, comienza a alejarse rápidamente. Empiezo a correr detrás de ella, pero cada vez va más rápido. Nunca puedo alcanzar la luz. Los pies me duelen, siento ramitas que se me clavan en los pies. Pero no me importa, yo sigo corriendo la luz. Cada vez está más lejos, hasta que la pierdo de vista. Entonces me detengo. Me doy cuenta que no tengo a linterna, se me debe haber caído en el camino. Todo está oscuro. Casi no puedo ver. Además los animales se han callado por una extraña razón.


Comienzo a oír el susurro otra vez, esa combinación de palabras inentendibles, esa frase con mi nombre. Que me llama, que me reclama. Lo escucho a mis espaldas. Me doy vuelta y allí está la luz, ahora titila y está quieta. Cuando me acerco esta vez, no se mueve y cuando la toco comienza a girar a mi al rededor, produciendo ese sonido cada vez más seguido. Cada vez más veloz me da vueltas. Comienzo a sentir que mis pies se separan del piso. Miro hacia abajo y compruebo que me estoy elevando. Los árboles se van volviendo cada vez más pequeños. Las estrellas se ven más claras desde acá. Y ya no siento frío ni temor. Mis pies bailan en el aire. Y el sonido que reproduce la luz se vuelve una melodía relajante. Elevarse es como respirar, es como un suspiro.


No puedo evitar sentirme feliz, sin preocupaciones. Sólo sé que todo va a estar bien.






Vera Miszka

miércoles, 14 de enero de 2015

La sombra sin nombre



Ahora lo veo en todas partes. Desde aquel día en el café. No sé quién es ni qué quiere de mí. Pero siempre esa silueta. Siempre parado de la misma manera. Siempre alejado. Entre la gente como un ser invisible. No necesito verlo para saber que está ahí, aunque con frecuencia lo miro, oculto entre las sombras. Siento su presencia. El corazón comienza a latirme más fuerte, se me pone la piel de gallina.
Aquel día refugiada en el café, luego de verlo por primera vez, me levanté para ir al baño. Allí frente al espejo sequé mis lágrimas, intenté calmarme mirando mi propio reflejo, dándome palabras de ánimo con poco efecto. Y cuando salí estaba parado a tan solo unas mesas de la mía, observándome. Pasé a su lado, intentando disimular mi desesperación, tratando de pasar desapercibida.  No pude divisar su rostro. Parecía una sombra, llegué a creer que lo era. Llegué a creer tantas cosas, menos lo que terminó sucediendo.
Desde entonces, vivo huyendo, de una sombra sin nombre. Así lo llamo. Ya perdí la cuenta de las veces que me he mudado, de las ciudades que he visto. Pero él siempre me encuentra. Porque se ha transformado en mi propia sombra, siguiéndome a todas partes. A cualquier lado que voy, él está ahí, acechándome. Tanto tiempo he vivido así, asustada, acechada como una presa. Él está esperando, el momento correcto  para caer sobre mí y envolverme con sus garras, lo sé, lo siento en mis huesos. Es tiempo de que haga algo más, es tiempo de dejar de huir. Huir no soluciona las cosas, en algún lado leí esa frase.
Así que aquí estoy, en el café donde todo comenzó. En cualquier instante sentiré su presencia. Sí, creo que lo siento aproximarse. Mi corazón avisa. Pero esta vez estoy más asustada que nunca. Estoy a punto de enfrentar mi peor miedo.  Lo veo de reojo. Me levanto y salgo afuera. La nieve cae silenciosamente. Estoy a unos pasos. Me duele caminar, me duele internamente, pero igual lo hago. Avanzo entre la nieve, entre la oscura tarde.  Entonces ya teniéndolo en frente mío, levanto la cabeza y lo miro, fijamente. Me tiembla todo el cuerpo. De repente me encuentro con mi propia imagen. No lo entiendo. Mis propios ojos me miran con lágrimas en los ojos llenos de confusión, miedo y desesperación. Intento decir algo, pero no puedo. De mi boca solo sale una nube de vapor que se extingue en el aire. Es la sombra, que ya no es la sombra, sino una copia de mí misma, la que rompe el silencio. Con las cejas fruncidas y gesto amenazante me dice:
-          Deja de seguirme, sombra sin nombre.
Luego se da vuelta y desaparece entre los copos de nieve.



Vera Miszka


viernes, 4 de abril de 2014

Invisible



"Solo sabes que has estado bien cuando te sientes mal. Solo odias la carretera cuando extrañas tu hogar. Solo sabes que la amas cuando la dejas ir."


Camino entre la gente que se acumula delante de mí. Nadie parece percatarse de mi presencia, y nadie me deja acercarme para ver que sucede. Por más que pido permiso a los gritos, nadie me escucha. Una mujer está pidiendo a gritos que llamen a una ambulancia, grupos de personas susurran, asustados. No sé qué está pasando, la gente me empuja y no me deja ver. Cuando me doy cuenta, estoy rodeado de más personas intentando pasar. Comienzo a asfixiarme. Ahora ya quiero salir, quiero irme de este lugar, pero no puedo. Las personas me rodean, se me tiran encima y no me dejan salir. Me falta el aire. Desesperado, empiezo a empujar con violencia a todo el mundo, porque ya no me importa nada, siento que si no salgo, voy a morir. Grito, pero siguen sin escucharme. Tropiezo y caigo al suelo. Las voces se vuelven zumbidos dentro de mi cabeza, no entiendo lo que dicen. Ya no siento nada.


- Ayuda, por favor...me estoy muriendo.... -Escuché estás palabras salir de mi boca. Me di cuenta que ya no escuchaba las voces, solo silencio. Abrí los ojos y me di cuenta que estaba en mi cama, solo. -Fue solo una pesadilla.


Me arrastré, todavía medio dormido, por la cama hasta llegar al lado de ella, todavía estaba tibio y tenía su aroma. Me levanté y caminé hacia la cocina. Ahí estaba ella, con su pelo castaño todo alborotado. Estaba de espaldas a mí, haciendo café.


-Buen día, amor. -Ella no respondió. Se dio vuelta, con la taza de café en una mano, y se sentó cerca de la mesa. Yo ocupé la única silla que quedaba. Nuestra casa era chica, siempre fuimos ella y yo. Por lo que había una cocina, con una mesa y dos sillas, un baño, una habitación. un pequeño living y un patio no muy grande para Howard, nuestro perro.


Apoyó su codo izquierdo en la mesa, y su cabeza en la mano. El pelo ondulado le caía hacia el costado. Se quedó como hipnotizada, mirando el vapor saliendo de la taza. Tenía ojeras, como si no hubiera dormido en días, y sus ojos estaban hinchados. Últimamente estaba trabajando mucho y no dormía. Las veces que me habré levantado a la madrugada y la habré encontrado en el sillón del living, con la laptop, envuelta en una manta, terminando una nota para el trabajo.


-No podés seguir así, Mari, mirate. Decile a tu jefe que necesitás descansar. -Le dije. Ella suspiró. Extendí mi mano, para llegar a ella. Se levantó de repente y se fue hacia la puerta de atrás para abrirle a perro. Dos segundos después, Howard entraba moviendo la cola y saltando para que le den su desayuno. Escuché el ruido del alimento balanceado chocando contra el fondo del plato de metal. Dos segundos después, María se dirigía hacia la habitación. La taza de café había quedado medio vacía. Me acordé del ejercicio del vaso medio lleno o medio vacío. Ahora era tan irónico que casi daba risa. Me levanté y la seguí a la habitación.


-María estaba pensando...¿Y si nos vamos de vacaciones? -Le dije de repente. Ella caminaba de un lado de la habitación a otro, sacando ropa y volviéndola a guardar. Había puesto dos pantalones sobre la cama y tres remeras. -A mí me gusta la verde y con el pantalón negro te queda re lindo. -Se paró mirando las opciones sobre la cama, suspiró y tomó la opción que yo le había sugerido. Caminó rápidamente y se encerró en el baño, segundos después, escuché el sonido de la ducha.


Me dirigí al living y me senté en el sillón, enseguida Howard vino y se acostó a mi lado.


- Quedate, pero sabés que cuando mami salga del baño nos va a retar a los dos. -Le digo a mi compañero peludo. No era un perro de raza, pero aún así era hermoso. Tenía el pelo color marrón claro, largo y era de estatura mediana. Hace unos años, cuando tan solo era un cachorro, lo habíamos encontrado en la puerta de una carnicería, esperando a que le dieran algo de comer. El carnicero le gritaba a cada rato para que se fuera. Le preguntamos si era de alguien y dijo que no, que desde el día anterior que estaba ahí, molestando. Así que ahí nomás María lo cargó en sus brazos y le dijo "Ahora vamos a casa, Howard". Me acuerdo que le pregunté, "¿Por qué Howard?". Aunque en el fondo ya lo sabía, solo quería que ella me lo dijera. También me acuerdo con la alegría que me lo dijo: "Por Lovecraft tonto, ¿por quién va a ser?". "Claro, ni siquiera me consultaste si me gustaba el nombre" le contesté, haciéndome el ofendido. "Bueno, la otra opción era George, pero no tiene cara de George, tiene cara de Howard". "¿Y nuestros hijos ya tienen nombre también o me vas a dejar participar en la elección?" Le dije, haciéndole una broma. Ella se río, me miró con esos ojos que me volvían loco y me dijo: "Sé que uno se va a llamar Jon y el otro Brandon". Seguimos bromeando, eligiendo nombres de nuestros personajes preferidos de nuestra saga preferida. Cuando nos dimos cuenta, estábamos en la puerta de casa, entonces le dije "A mí me gusta Arya", me miró seriamente y negó con la cabeza, "No sabes nada, Jon Nieve". Entonces estállamos de la risa los dos. Qué felices éramos en esos momentos.


María salió del baño con una toalla en la cabeza, miró hacia dónde estábamos, pero no nos dijo nada y siguió prepárandose para irse a trabajar.






* * *


Me acuerdo esa vez cuando fuimos al teatro. El espectáculo era sobre un ilusionista que sorprendía a todos con sus trucos. Fue divertido. María estaba fascinada, parecía una niña mirando a aquel ilusionista.


Cuando salimos del teatro, mientras caminábamos hacia una parada de taxi, hablábamos y tratábamos de descifrar cómo hacía el ilusionista aquellos trucos que parecían magia. Habíamos hecho un par de cuadras y todavía no se veía una parada de taxi, ni ninguno circulando. Entonces todo se pone borroso y comienzo a oír los latidos de mi corazón acelerado. Escucho el ruido de una moto, un grito de María, voces de hombres, pero no puedo ver nada, porque todo sucede demasiado rápido. No siento mi cuerpo, solo siento frío, y lo último que veo es la cara de terror de María y sus lágrimas. Ella me mira desde arriba, así que comprendo que estoy tirado en el suelo, pero no me acuerdo haberme caído. Me dice unas palabras con la voz temblorosa pero no llego a entenderla.


* * *


La televisión estaba encendida y estaban dando una novela. Ya era de noche y María estaba cocinando algo para la cena. Howard dormía plácidamente en el sillón. Me acerco a ella, está poniendo los fideos en el agua hirviendo.


- Amor, tenemos que hablar. -Le digo suavemente. Ella se da vuelta y se apoya contra la mesada, cruza los brazos sobre su pecho. Me pongo en frente de ella y la miro a los ojos. -Ya no puedo fingir más y ya no soporto verte así. -Se escucha música que viene de la televisión, siempre se sube el volumen en las publicidades. María suspira y se mete la mano en los bolsillos de su camperita de algodón, saca una caja de cigarrillos. Ella nunca fuma. Sin embargo está encendiendo un cigarrillo en este momento y abre la ventana para que el humo se vaya hacia afuera. Aunque me enfurece lo dejo pasar y sigo hablando. -Tenemos que seguir adelante, no podemos seguir así. Sé que es difícil, para mí también lo es. No me imagino seguir sin vos, sin nuestra vida juntos. Pero ya me di cuenta, que no puedo fingir para siempre que me ves y que me escuchás. Sin tan solo me escucharas...-Siento que se me quiebra la voz. Ella se da vuelta y apaga la hornalla, los fideos están listos. Se escucha la voz del locutor del noticiero. María, frustrada, se dirige al living La sigo y la observo parada frente al televisor con el control remoto en la mano. Se queda congelada mirando la pantalla. La voz del locutor se sigue escuchando a todo volumen porque ella todavía no lo bajó.


- Nos encontramos ante otro caso de inseguridad en la ciudad que ocurrió la semana pasada. -Decía el locutor. - Estamos hablando del asesinato de Joan Ungarelli, ocurrido el sábado pasado a las once de la noche en las calles del centro de la ciudad. Joan estaba caminando con su novia cuando dos hombres en una moto se detuvieron frente a ellos para robarles. Cuando él les entrega el poco dinero que llevaban encima, uno de los delincuentes lo apuñala en el pecho y después ambos se dan a la fuga. La policía aún busca a los responzables de esta tragedia, en instantes más detalles.


María apaga la televisión, sigue inmóvil. Me coloco a su lado y apoyo mi mano sobre su hombro. De repente, gira hacia un costado y arroja con violencia el control de remoto, que se estrella contra la pared. Comienza a gritar, fuera de si, y tira, destroza todo lo que encuentra a su alcance. Howard se despierta y empieza a ladrar, asustado. Hasta que, se sienta rendida en el suelo y empieza a llorar. Me acerco tanto que casi puedo tocarla.


- Romper todo no va a hacer que yo vuelva a la vida María. Las cosas son así ahora y no podemos cambiarlas, lo entendí hace poco. No puedo seguir fingiendo que seguimos nuestra vida normal, porque yo ya no tengo vida. Y vos no podés parar la tuya porque yo ya no estoy en ella. Tenemos que seguir adelante, aunque no sepamos que es lo que va a venir. Quiero que seas feliz, quiero que tengas los hijos que queríamos tener. -Me di cuenta que ahora yo también lloraba. - Esta es la última vez que finjo que me escuchás y solo lo hago para despedirme. Adiós María, te amo. -Entonces me incorporé y caminé hacia la luz.






* * *


Estaba en el piso y había terminado de llorar. Era la primera vez que lloraba después de la muerte de Joan. Se le habían caído unas lágrimas algunas veces, pero nunca conseguía llorar de verdad y sacarse la sensación de ese nudo en la garganta, la presión en el pecho. Se sentía vacía, rota por dentro. No podía parar de pensar en que ir al teatro esa noche había sido su idea, en cómo había imaginado que al llegar a casa le contaría que estaba embarazada. Su hija, porque ella sabía que iba ser nena, (no sabía cómo, pero sabía) nunca conocería a su papá y Joan nunca vería crecer a su hija. Entonces, Howard, su perro, se bajó del sillón, se acurrucó junto a ella, que lo abrazó. Así se quedaron en silencio, en medio del desastre que había hecho, acurrucados en el piso. Entonces entendió que podría pasarse la vida entera tirada en el suelo pensando cómo podrían haber sido las cosas, pero nunca lograría nada de esa manera. Ahora se arrepentía de haber fumado ese cigarrillo. María suspiró y mientras se acariciaba la panza dijo:


- Vamos a estar bien, Arya.










Vera Miszka



jueves, 6 de febrero de 2014

El diario

“Huir no soluciona los problemas cuando uno ha sido herido en serio. Al fin y al cabo, a donde quiera que vayas, llevarás contigo la cabeza y el corazón” –Dolores Clairbone (Stephen King)

El diario

Todo comenzó un viernes de invierno. Yo había salido de la escuela y viajaba en el colectivo hacia mi casa.  Normalmente me siento en los asientos individuales, porque no me gustan los dobles, pero ese día el colectivo iba lleno de personas que salían de trabajar, de la escuela, como yo, y otros que entraban a los mismos. Así que iba sentada en un asiento doble porque era el único que había conseguido.  Tengo un viaje largo a casa, por lo que siempre leo en el colectivo. Rara vez presto atención a las personas que están a mi alrededor. Es por eso que no noté cuando la persona que estaba a mi lado se levantó y otra distinta se sentó en su lugar. Solo en un momento desvié mi mirada hacia la muchedumbre, cuando pasaba por un lugar al que por costumbre siempre miro, esta vez no pudo ser posible debido a la gente que se interponía.  Solo en ese instante miré distraídamente a mi compañera de asiento.  Era una chica, calculo, que de mi edad. Seguí con mi lectura, entonces empecé a sentir que me miraba.  Traté de no darle importancia y concentrarme en lo mío. 

El colectivo ya se había vaciado bastante para cuando ella se levantó. La seguí con la mirada, intrigada, algo en ella me llamaba la atención. Justo antes de bajar me miró, parecía cansada, como si no hubiera dormido en días y me dedicó una sonrisa triste.  Entonces me di cuenta que se había dejado un cuaderno en el asiento, pero ya era tarde, ya había bajado y el colectivo seguía su recorrido.  Tomé el cuaderno y lo abrí buscando un teléfono, una dirección a donde devolverlo.  Pero en vez de eso, me encontré un mensaje escrito en la primera hoja, que decía así:

“A quien sea a que le haya llegado este diario: Hola, soy Caroline, si tenés este diario en manos no es por casualidad, si no, porque te he elegido para sepas mi historia. ¿Por qué te he elegido? Eso no lo sé, supongo que cuando te vi, supe que eras vos el indicado/a para leer lo que sigue a continuación. Escribí esto porque nunca pude contárselo a nadie y solo necesito que alguien lo lea y sepa por todo que tuve que pasar. No me decidí por eso hasta hoy, nunca me creí capaz de dejar que alguien lo leyese, sin embargo acá estoy, escribiéndote esto. Espero que haya elegido bien y de verdad, espero que lo leas, porque sos la única persona que puede llegar a comprenderme. Ahora el diario está en tus manos, hacé lo que te parezca correcto.
Caroline.”

Tuve que bajar del colectivo y al llegar a casa, luego de almorzar, fui a mi habitación y me senté en la cama con el diario en las manos, lo abrí y en la segunda hoja  encontré esto y no era nada de lo que había esperado.


Sábado 19 de noviembre de 2011

Mamá volvió con las ropas ensangrentadas otra vez y se explicó con la excusa de que atropelló un perro en la calle y tuvo que sacarlo del camino. Sé que está asesinando personas otra vez, y ella sabe que lo sé, siempre sabe.

Desde que empezó hace dos años,  supe que algo no andaba bien con ella, tal vez siempre estuvo enferma y yo era demasiado pequeña para entenderlo. Ahora, con diecisiete años, veo las cosas con un poco más de claridad. Sé que ella se ha esforzado para no hacerlo más, ha intentado detenerse, y funcionó, por un tiempo... A pesar de todo, mi madre nunca me ha hecho daño, ni me ha tratado mal. Se ha hecho cargo de mí todos estos años, y ha sido buena conmigo. Aunque sé que no me quiere, pero al menos lo disimula. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que no puede amar ni sentir compasión por nada ni nadie. Así que, llegué a la conclusión que sólo se ha ocupado de mí por una cuestión de responsabilidad.  Nunca hablamos del tema, las veces que he intentado hablar con ella, se alteró y enojó mucho, así que no lo hice más.

Mi madre está enferma y necesita ayuda, porque no puede controlarse y porque sé que se va a poner peor. Pero yo no puedo buscar ayuda, porque si lo intentara, si lo decidiera,  ella se daría cuenta, porque siempre descubre mis intenciones. Estará loca, pero no es estúpida.  Así que he decidido escribir esto, ya que no se lo puedo contar a nadie, ni siquiera a mis amigos más íntimos, no lo entenderían y es peligroso. Corro un grave riesgo de que ella lo encuentre, así que lo he escondido bien en el sótano.

Domingo 20 de noviembre.

El asesinato del hombre de ayer ya está en las noticias. En la nota que dio un oficial de policía en la televisión, se ha hablado de un asesino en serie. La policía sabe que no fue un asesinato común, saben que se enfrentan a una persona que ya ha asesinado muchas veces.

Evito encender la televisión en los canales de noticias, no quiero que mamá se altere, porque ha estado actuando raro últimamente. Creo que no está siendo lo suficientemente cuidadosa y temo que, si sigue así, terminen dando con ella. Eso significa que irá a la cárcel, y no sé qué será de mi entonces.

Como mi madre se ha ido sin decir nada, estoy sola en casa. Así que aproveché para escribir e investigar un poco sobre lo que decía el noticiero. Dicen que seguramente ella sufra de trastornos mentales, pero que sabe lo que hace, ya que sus crímenes están bien planificados y es cuidadosa con las evidencias. No sé hasta qué punto ese especialista pueda tener razón. A veces parece que está totalmente loca y a veces parece tan cuerda, como una persona normal.

Sé que nunca se ha arrepentido por haber matado a esas personas. Si intentó detenerse, fue por el hecho de que no quería que la atrapen. En ese caso, yo iría a un orfanato. Una cosa que me aterra es lo que puede llegar a suceder cuando cumpla los dieciocho y sea mayor de edad, porque no tendrá que hacerse cargo de mí nunca más y yo no tengo a donde ir.

Lunes 28 de noviembre

No he podido escribir estos días porque mi madre se ha puesto muy mal. Está alterada porque ha visto las noticias, que ahora dicen que la policía ha encontrado ADN en el cadáver del hombre. Estoy muy asustada, mientras estábamos comiendo ha lanzado un plato hacia el televisor y lo ha roto. Luego se encerró en su habitación por el resto del día y no la vi salir en ningún momento, hasta ahora. Se fue en la camioneta hace unos cinco minutos, creo que ha salido de caza otra vez.

Me estuve sintiendo muy mal en estos días porque he llegado a pensar que tal vez tengo algo de culpa de todo esto. Soy la única que sabe que ella es la que ha estado asesinando todo este tiempo. No puedo dormir porque las caras de los familiares de las víctimas aparecen en mi mente y me miran como si yo fuera la que mató a sus seres queridos. Algunas caras son inventadas y otras las he visto en la televisión. Me gustaría decirles que de verdad lo siento. Porque no sé cómo pararla. Estuve pensando en buscar la forma de encerrarla en una habitación, tal vez en el baño, y llamar a la policía, tengo que meditarlo y planearlo bien. Por otro lado, mi madre apenas me habla, creo que sabe que estoy planeando algo.

Estoy intentando con todas mis fuerzas estar calmada, pero siento que en cualquier momento voy a enloquecer.

Miércoles 30 de noviembre

No puedo aguantar más esto. Mi madre me ha ordenado no ir más a la escuela, ha estado más paranoica que nunca. Creo que ya no piensa con claridad. En los últimos días apareció otra víctima. Lo ha destrozado. No exagero. De ahora en más, miro la televisión sola en mi habitación. En las noticias dijeron que le han sacado los ojos a la víctima. Se está descontrolando, no creo que haya planeado bien eso, creo que fue impulsiva y descuidada.

Cuando vi eso supe que tenía que hacer algo y casi logro encerrar a mi madre en un armario, cuando estaba guardando ropa. Pero lo supo, ella siempre sabe, descubrió mis intenciones y le ha dado un ataque. Nunca la había visto así. Me pegó y me arrastró de los pelos hasta el sótano y luego me ha encerrado. No ha dicho ni una palabra más. Las primeras horas estuve gritando, pero nadie me escucha desde acá. Cuando me trae comida he intentado hablar con ella, hasta me he disculpado, le rogué que me sacara, pero no dijo nada, sólo me miró una vez a los ojos y pude ver su locura y su desprecio hacia mí. No sé qué es lo que la hace seguir trayéndome comida. No sé cuánto tiempo más me mantendrá con vida. Lo único que tengo es este diario, que por suerte lo escondí acá en el sótano.

Miércoles 7 de diciembre

Esta semana pasaron demasiadas cosas y voy a tratar de explicarlas lo mejor que pueda. Primero, mi madre escapó y me dejó en el sótano, lo supe cuando escuché el ruido del motor de la camioneta encendiéndose. Todavía no sé cómo logré eso, supongo que tengo una muy buena audición. Entonces supe que era el momento de escapar, era mi única oportunidad. Corrí hacia la estantería y busqué la caja de herramientas que era de papá. Él murió en un accidente, chocó con el auto cuando yo tenía nueve años. A veces creo que no fue un accidente, que lo hizo a propósito porque descubrió lo que era mamá y no pudo soportarlo. Pero supongo que nunca sabré la verdad sobre eso.  En fin, tomé un martillo de la caja de herramientas y me acerqué a la puerta. Tuve que dar varios golpes hasta que pude  romper la cerradura, no soy muy buena con el martillo y carezco de fuerza también, así que me llevó un rato. Más que nada porque estaba muy nerviosa, en ese momento no sabía adónde había ido mi madre y cuándo iba a volver.

Cuando logré salir del sótano, me encontré con un silencio abominable en la casa. Mi desesperación era indescriptible, no sabía qué tenía que hacer. Podía llamar a la policía, pero entonces mi vida estaría acabada, porque en todos lados se me conocería como la hija de la asesina en serie de la ciudad. Entonces pensé “de todas formas tienen el ADN ¿no? Sabrán que es ella en cualquier momento” Pero ¿qué pasaba si no, si no lo averiguaban a tiempo y nunca la atrapaban? Tendría la culpa y sería cómplice de todas las personas que había matado y que mataría en el futuro. Así que, tomé todo el dinero que tenía ahorrado, que no era mucho, pero al menos era algo. En una mochila vieja, guardé un poco de ropa y solo lo que pensé que necesitaría, no quería que se notara que faltaban cosas. Encontré una vieja agenda que era de papá y también la guardé en la mochila. Me puse un sombrero y unas gafas y salí de casa. Me tomé un colectivo que iba hacia el centro. Cuando bajé ahí, me dirigí hacia el primer teléfono público que vi y llamé a la policía, como pude cambié la voz. Dije que tenía información sobre la asesina que estaban buscando, dije los nombres de las víctimas, el nombre de mi madre, la dirección de la casa y corté. Luego busqué en la agenda un nombre y encontré la dirección que buscaba, por suerte era un lugar que sabía cómo llegar, me tomé otro colectivo y fui a la casa de mi tía. En realidad, no es mi tía de sangre, es una señora que cuidó a mi padre de pequeño, fue como una segunda madre para él  y de niña había sido como una abuela para mí. La última vez que la vi fue en el funeral de papá. Habían pasado años y ahora, sería una anciana y no sé por qué querría ayudarme, pero era mi única esperanza.  Le conté la historia, pero le saqué muchos detalles… Le dije que mi madre se había vuelto loca y me había encerrado en el sótano, que había logrado escapar y que no tenía adónde ir.  Ella se compadeció de mí, me acogió en su casa y desde entonces, acá estoy.

Hace unos días la cara de mi madre invadió todos los noticieros, anunciando su desaparición y su búsqueda por sospechosa de los espeluznantes homicidios ocurridos en los últimos meses. La policía pedía que se les informara sobre cualquier información sobre ella. No han mencionado nada sobre mí, todavía. No he salido desde que llegué a esta casa y no pienso hacerlo. Espero que la encuentren pronto. No soportaría que mi llamada no haya servido de nada, necesito que todo esto se termine ya. La tía se ha quedado impactada  y yo fingí estarlo también, como si recién me enterara que mi madre es una asesina en serie. No me costó mucho la verdad, ya que estoy muy asustada y últimamente no hay un día que logre evitar llorar. Extraño mucho a mis amigos y me odio por haber tenido que desaparecer sin haberme despedido. Ahora que saben lo que es mi madre, seguramente piensan que estoy muerta o con ella y me deben odiar, no los culpo.

La tía es una de las mejores personas que he conocido, es tan buena conmigo que no lo merezco. Si supiera que hace años que sé lo que mi madre hace y que nunca hice nada para pararlo me despreciaría. Ella es tan pacífica y comprensiva. Parece feliz ahora que tiene a alguien para que la ayude con la casa, ya está débil para que haga todo ella sola.

Sábado 17 de diciembre

Hace dos días capturaron a mi madre en una estación de servicio sobre una ruta. Ahora está detenida. Fue un verdadero alivio saberlo. Incluso el ambiente de la casa parece más agradable. Los últimos días la tía y yo estuvimos muy nerviosas ya que no conseguían atraparla.  No les fue fácil, le costó la vida a un oficial de policía. Al final, como era esperado, yo también salí en los noticieros con un cartel de “desaparecida”. Ahora que atraparon a mi madre se tranquilizaron, supongo porque esperan que ella sepa dónde me encuentro. Así que tuve que cambiar un poco mi aspecto, me corté el pelo y lo teñí de otro color.

Ayer decidí ir a ver a mis amigos y la cosa no salió muy bien. Fui a la escuela en el horario de salida y me quedé en la vereda de frente observando. Primero vi a Selene que caminaba hacia la esquina seguida de Alan. Estaban esperando que el semáforo prendiera su luz roja para poder cruzar, cuando Daniel se acercó y le dijo algo a Selena, ella se hizo la ofendida y le pegó en el hombro, Alan reía y luego, los tres reían. Los autos pararon y los tres cruzaron, comencé a acercarme. Los seguí unos metros para estar más alejados de la muchedumbre que se formaba a la salida de la escuela. El momento justo se presentó ante a mí, Alan se había agachado para atarse los cordones y Selena y Daniel lo esperaban. Estaban charlando animadamente y no prestaban atención al resto, así que me paré en frente de Alan, justo empezaba a levantarse y a decir algo, entonces me vio. Su cara se transformó en una mueca de sorpresa, que en otra situación hubiera resultado gracioso. Entonces Daniel y Selena pararon de hablar y también me vieron, parecía como si estuvieran viendo un fantasma. Ella fue la primera en reaccionar. Se acercó a mí y me pegó una cachetada.

-          Idiota mentirosa. –Me dijo mirándome a los ojos. -¿Cómo podés…-Su voz se quebró y se convirtió en un llanto, las lágrimas corrieron por sus mejillas. Respiró hondo y levantó un poco la voz -¡Pensábamos que estabas muerta!
-          Chicos, perdón por todo, no saben lo arrepentida que estoy…es que, en el momento, no pude pensar…-Suspiré. –Hice lo que pude para sobrevivir y…
-          Nos mentiste. –Dijo Alan, su voz sonaba cortante, fría.
-          Yo no quería pero…
-          ¿Cómo no pudiste confiar en nosotros? Éramos tus amigos –Dijo Selena
-          ¿Éramos? –Respondí.
-          Si, éramos. –Entonces Selena dio media vuelta y comenzó a alejarse, Daniel me miró con tristeza y sin decir ninguna palabra la siguió. Alan me miró unos segundos más, unos segundos que parecieron horas. Me miró con odio, yo intenté decirle algo más pero solo pude balbucear, un nudo se formó en mi garganta, y él solo negó con la cabeza y se alejó también.

Así se alejaron de mi vida las únicas personas que tenía. Ya no queda nada de mi vida. Estoy destrozada y ya no sé cómo seguir, ya no sé si quiero seguir.

3 de enero de 2012

Este último tiempo ha sido duro. La tía está enferma y los médicos nos han dicho que no creen que viva más de seis meses. Ella no tiene a nadie, solo estoy yo, y he decidido quedarme hasta el último momento. Ella dice que quiere que me quede con la casa y todas sus cosas. A mí me parece demasiado.

Mi madre está internada en un instituto psiquiátrico para criminales. Con respecto a mí, creo que han dejado de buscarme. A pesar de todo, mis amigos no han dicho nada.  Así que,  quiero pensar que estoy a salvo. Ya decidí que no voy a quedarme con la casa, en cuanto la tía ya no esté más en este mundo, la venderé y me iré a otro lugar, no sé a cuál todavía. Necesito empezar de nuevo. Necesito superar esto y poder seguir con mi vida y siento que, si me quedó acá, voy a quedar estancada. Esta ciudad me recuerda a todo, a mi madre, a mi padre, a mis amigos, a mi antigua yo. Todo eso ya no es parte de mí, y recordarlo solo causa dolor. Lo peor son las noches, las pesadillas no me dejan dormir en paz. Me despierto a mitad de la noche temblando de miedo, sin poder recordar qué estaba soñando.  Supongo que a veces hay que dejar de pensar y dejar que las cosas fluyan y sucedan solas. Otras veces hay que analizar qué nos hace bien y qué nos hace mal. Hay confusiones y decaídas en el camino, pero siempre hay que seguir. Sé que habrá más noches de lágrimas, de presiones en el pecho y de incontables tazas de té de tilo. Pero voy a estar bien, y voy a buscar la forma para estar mejor.

La tía se está tomando la situación bastante bien. Está asustada, pero ¿quién no lo estaría? Aunque creo que ya aceptó que es el ciclo de la vida, que es algo que no puede evitar ni ella ni nadie. Y ella decidió irse en paz. Así que se toma las cosas con calma. Los médicos dijeron que no va a sufrir, que se irá apagando lentamente como un fuego y luego se dormirá, para siempre. Es duro verla morir, aunque el tiempo que pasamos haya sido corto, creo que es una de las personas más importantes que he tenido en mi vida y nunca voy a olvidarla. Por eso es que ahora necesito estar bien, para ella. No quiero que sus últimos momentos de vida sean verme sufriendo.

9 de enero del 2012

Decidí ir a ver a mi madre al manicomio, solo necesitaba saber que de verdad estaba ahí, que de verdad no iba a poder matar a nadie otra vez. Estaba muy nerviosa, más que nada porque tenía miedo de que me reconocieran. Dije que era una amiga de Caroline, la verdad es que no me prestaron mucha  atención. Luego un hombre me acompañó hacia una puerta que conducía a un pasillo donde estaban las celdas. Me indicó cuál era la de mi madre y me dijo que cuando terminara que le avisara para que me abriera la puerta. Inmediatamente se alejó y desapareció detrás de la puerta por la que habíamos venido.

Mi madre estaba durmiendo, en esa habitación parecía tan inofensiva, despeinada y con esa bata de paciente de hospital. La miré durante un rato. Ya me estaba levantando para irme cuando abrió los ojos. Se incorporó de golpe y me miró directamente hacia los ojos. Su aspecto era horrible, parecía tener diez años más y estaba pálida. Se asemejaba a un fantasma más bien. Se notaba que no estaba bien cuidada, no me esperaba más, ¿quién querría cuidar de una asesina sádica en serie? Me daba escalofríos pensar que me encontraba en un lugar habitado de locos criminales. Pero más me aterraba ella, y no pensaba demostrarlo de ninguna manera que ella pudiera detectar.

Pensé que no me reconocía, se notaba que estaba bajo el efecto de las drogas que le daban. Pero es mi madre, y una madre siempre reconoce a sus hijos. Entonces comenzó a hablarme, primero balbuceaba y yo no entendía qué me estaba diciendo. Luego se paró y se acercó hacia mí. 

-          Me traicionaste, niña estúpida. –Me dijo.
-          Lo hice tarde, tendría que haberte entregado en cuanto me di cuenta que estabas…
-          ¡Yo volví a buscarte! –Me interrumpió y siguió hablando como si no me hubiera escuchado. -¡Volví! ¡Y me encontré con un montón de policías, me encerraron, me abandonaron acá, como un pedazo de mierda!
-          Mataste a personas inocentes, ¿qué esperabas? Deberías estar en la cárcel.
-          Sacame de este lugar, Caroline. Soy tu madre y te lo ordeno.
-          ¿Por qué lo hiciste mamá? ¿Por qué las mataste? –Nunca olvidaré cómo me miró después de eso. Luego empezó a reírse a carcajadas.
-          Porque estoy loca claro. –Dijo sarcásticamente y siguió riéndose.
-          Me tengo que ir, adiós mamá.
-          ¡No me importa, buscaré la forma de salir sola! ¡Y cuando lo haga, te encontraré y te mataré! LOS MATARÉ A TODOS.

Y eso fue todo. Lo último que escuché fueron sus insultos cuando caminé hacia la puerta para pedir que me abrieran. Luego me fui sin ninguna intención de volver alguna vez en mi vida. Creo que nunca sabré por qué lo hizo.

Creo que esto va a ser lo último que escriba. Si todavía estás leyendo esto, gracias por llegar hasta el final. Espero que puedas entender que todo lo que hice lo hice para sobrevivir. No es que esté orgullosa de ello, para nada. Las caras de las víctimas  de mi madre y de sus familiares quedarán grabadas en mi mente por siempre, y cargaré con la culpa de sus muertes hasta que llegue mi hora de irme de este mundo.  Aunque yo no las haya matado, dejé que pasara y nunca me perdonaré por eso. Tendré que buscar la forma de vivir con ello. Necesito seguir adelante y para eso necesitaba que  vos leyeras este diario, solo para sentir que alguien en algún lugar me escuchó, me leyó mejor dicho. Supongo que te preguntarás cómo es que sabré que alguien lo leyó de verdad y no lo tiró por ahí. Sé que lo sabré, lo sentiré dentro de mí. Gracias por ayudarme a seguir adelante. Ahora necesito que me hagas un último favor: quema este diario y no le cuentes a nadie sobre él, ni sobre mí. Gracias otra vez, por tu tiempo.
Caroline.


Cerré el diario. Al principio no creía que la historia era real, pensé “debe ser una broma”. Entonces guardé el diario en un cajón y traté de seguir mi vida como si nada hubiera pasado. Pero no pude, no podía sacarme las palabras de Caroline de mi cabeza. Simplemente, no podía dejar de pensar en el diario, en ella, en si era real o no. Así que decidí comprobar la historia por mí misma.

Tenía las fechas justo ahí en el diario de Caroline, tranquilamente podía meterme en un diario virtual y buscar los artículos que se habían publicado en esas fechas. Entonces lo hice. Al principio no encontré nada,  pero luego de un rato buscando apareció una cronología, que explicaba todos los hechos hasta la internación de la madre de Caroline en la institución psiquiátrica para criminales. En ese momento me acordé del caso, las noticias en la televisión, ¿cómo pude ser tan estúpida para olvidarlo? Todo el mundo estuvo hablando de los asesinatos en aquella ciudad que quedaba en el interior del país.  Leí todos los artículos que encontré, de todos los diarios virtuales del país, incluso algunos de la ciudad en la que habían ocurrido los hechos. En pocos se nombraba a Caroline, ni siquiera ponían su nombre, solo “la hija de la asesina”.  La mayoría creía que estaba muerta, aunque la asesina no lo había confesado. Cuando no hubo más estaba tan sorprendida que no sabía qué hacer. No podía creer que a mi edad, una chica como yo, estuviera pasando por todo eso sin que nadie supiera. Y yo, que me quejaba y lloraba por chicos que no valían la pena.  Me sentí patética en ese momento. Estaba enojada por lo injusto que era que nunca nadie se preocupara por encontrarla y ayudarla. Al menos su tía pudo darle una mano en su momento.

Cuando logré tranquilizarme, decidí ocuparme del favor que pedía Caroline en lo último que había escrito. Salí al patio de mi casa y lo quemé en la parrilla. Luego entré y fui a darme una ducha para sacarme el olor a humo que me había quedado.  Escuché a mis padres llegar mientras me bañaba, seguramente se pondrían a hacer la cena. Era temprano, así que todavía tendría tiempo para leer algo antes de dormir.  Cuando terminé, pasé por la cocina para llevar la ropa sucia al lavadero.  Después volví para ver que estaban cocinando y cuánto faltaba, me moría de hambre. La televisión estaba encendida y pasaban propagandas.  Comencé a charlar con mi madre entusiasmadamente sobre una serie que había empezado a mirar cuando las propagandas  terminaron y empezó el noticiero, mi padre se acercó a mirarlo. Yo seguía hablando cuando escuché algo que me heló el corazón. El conductor del noticiero anunciaba una noticia de último momento: Una asesina se había escapado de una institución psiquiátrica y la policía estaba buscándola desesperadamente, ya que era una mujer extremadamente peligrosa, que había cometido crímenes violentos hace dos años. Miré la pantalla del televisor, donde aparecía la foto de la mujer buscada, miré fijamente sus ojos y escuché dentro de mi mente las palabras del diario de Caroline. Esas palabras que le había dicho su madre cuando fue a visitarla al lugar del que ahora se había escapado.  “¡No me importa, buscaré la forma de salir sola! ¡Y cuando lo haga, te encontraré y te mataré! ¡LOS MATARÉ A TODOS!”

Me quedé paralizada por unos minutos, seguí mirando la foto de la pantalla hasta que desapareció. Entonces comencé a temblar, el vaso que tenía en la mano mientras charlaba se estrelló contra el suelo. Escuchaba a mi madre gritando “¡Vera! ¿Qué te pasa? ¡Vera!” una y otra vez. Y todo comenzó a nublarse a mí alrededor. Yo era la única que sabía sobre Caroline, que su madre iría a matarla y no tenía cómo impedirlo, había quemado el diario. No tenía pruebas, nadie me creería. Deseé con todas mis fuerzas que Caroline estuviera demasiado lejos para que ella la encontrara.  Entonces todo se puso negro y me desmayé.

                                                                * * *
Caroline se despertó con el sonido del viento de un día de otoño.  Se encontraba en medio de la oscuridad en su habitación, en su nueva casa, en su nueva vida. Todavía no había amanecido, y no hacía mucho que se había dormido, pero por alguna extraña razón sabía que no podría volver a dormirse.  Se levantó y se abrigó con un sweater. Caminó en la oscuridad hasta la cocina, encendió la luz y se dispuso a hacer café. La casa estaba en tal silencio que solo se escuchaba el viento y el sonido de las hojas  del exterior. De a poco comenzó a llover.

Caroline caminó con su taza de café caliente en las manos hacia la ventana que daba hacia afuera de la casa. Corrió un poco la cortina para poder mirar la lluvia. Sus pensamientos comenzaron a llevarla a otro lugar. No supo por cuánto tiempo estuvo con la cabeza contra el vidrio mirando hacia afuera, como esperado algo, ¿o alguien? Hacía una semana que se había enterado que su madre se había escapado de la institución mental en la que había sido encerrada debido a los crímenes que había cometido.  En el momento en que había visto la noticia en la televisión, supo que significaba: su madre vendría a cumplir su promesa.

El sonido de un trueno la sobresaltó y la calle se iluminó por un segundo. Y ese segundo bastó para ver la silueta de una persona parada en la vereda de su casa. Se frotó los ojos con fuerza, esperando que solo hubiera sido un producto de su imaginación, pero en el fondo, sabía que no lo era. Había llegado el momento. Se incorporó rápidamente, fue hasta la cocina, abrió el cajón, tomó una cuchilla y apagó la luz. Se hizo silencio, toda la casa estaba a oscuras, excepto por los rayos de la luna y las luces de vereda que se colaban por las ventanas.  Caroline no tenía miedo. Estaba llena de adrenalina que rondaba por todo su cuerpo. Era el momento que había esperado todo este tiempo, era ponerle fin a esta pesadilla que la había perseguido toda su vida. Se sentía más lista y decidida que nunca, borraría la existencia de su madre de la faz de la tierra, para siempre. Porque soy la única que puede hacerlo, pensó.

Un estruendo rompió el silencio, como si la puerta de entrada hubiera estallado en mil pedazos.  Caroline se ocultó detrás de la pared que separaba la cocina del living. Se aplastó lo más que pudo contra la pared, con la cuchilla en la mano derecha.  No se movió, ni emitió ningún sonido, deseó que no se escuchara el sonido de su respiración.

Se oyeron pasos, silencio, pasos, silencio, otra vez pasos cada vez más cerca. El cuerpo comenzó a temblarle, su corazón latía aceleradamente, no podía controlarlo. La escuchó entrar en la cocina. Pasó a su lado, oía su respiración, sus pies arrastrándose por el piso, las gotas de agua chocando contra el piso. Estaba frente a ella pero de espaldas. No pensó y su reacción fue impulsiva, se lanzó sobre ella. Pero su madre fue más rápida. Antes de que Caroline cayera sobre ella, se dio vuelta, como si respondiera a un instinto animal, y la empujó contra la pared. Un grito de dolor se escapó desde su interior. En menos de dos segundos, estaban las dos, madre e hija, enfrentadas, frente a frente. La madre le apretaba el cuello con ambas manos. Y Caroline se resistía con todas sus fuerzas. Por suerte, no se le había caído la cuchilla e intentaba clavársela a su oponente, que cada vez con más presión le cerraba las vías respiratorias. Se estaba ahogando, mientras sentía el aliento de su mamá en su rostro, escuchaba su risa…El filo de su arma ya casi acariciaba su mejilla pero no era suficiente, las fuerzas se le escapaban,  veía puntitos, ya no sentía el cuerpo, se desvanecía…Desde su interior, Caroline, impulsó una fuerza que nunca supo cómo pudo salir de su cuerpo. Lo único que recuerda es su madre retrocediendo y gritando, con sangre corriéndole por el rostro. Sin pensar, la derribó, se situó sobre ella. Ahora tenía el poder, ahora ella estaba a cargo. Estaba encima de la persona que había hecho su vida un infierno, tenía la cuchilla sobre su cuello, un poco de presión y todo terminaría, ya no existiría más y pagaría por todo lo que había hecho. La luz de la luna que se filtraba por la ventana iluminaba la cara de su madre, que la miraba con los ojos abiertos, las pupilas dilatadas y una mueca de horrible que parecía expresar locura, satisfacción, cualquier cosa menos miedo, tristeza o dolor.

-          Dale, hacelo, matame. –Le dijo su madre sonriendo. –Es todo lo que querés, vamos.  Hazlo.
Caroline no respondió.
-          ¡DALE, INÚTIL, MATAME DE UNA VEZ! –Las lágrimas comenzaron a nublarle la vista.
-          No, no lo voy a hacer. –Le contestó su hija. Su madre comenzó a reírse histéricamente.
-          Porque sos débil, como tu padre. –Escupió las palabras con asco.
-          ¿Qué?
-          A tu padre lo maté porque era débil, y vos saliste a él. Estúpidos los dos.  –Una sensación inexplicable le recorrió por todo el cuerpo. Era la primera vez que su madre le hablaba de su padre. Las lágrimas le recorrieron el rostro, esperaba que su madre no las viera. -¿Saber eso no te hace querer matarme? Yo sé que sí, dale, esta va a ser la única oportunidad y si no lo hacés ahora, voy a matarte y destrozarte.
-          No soy como vos, no soy un monstruo. –Caroline le retiró el arma del cuello y con el mango la golpeó en la cien, dejándola inconsciente. –No soy así, no…
Y se derrumbó en sus lágrimas. Pero no lloraba de tristeza, lloraba de felicidad, porque entonces supo, que todo había terminado.

                                                                                ***

Desperté de una pesadilla, miré la hora en el celular, las diez de la mañana. Me levanté porque sabía que no me iba poder volver a dormir. Fui hasta la cocina para hacer té y mientras tanto, prendí la tele. No había nada para ver, todavía no empezaba Friends, mi serie preferida. Así que me conformé con el noticiero, estaban pasando una noticia de último momento pero yo no le daba mucha importancia. Una vez hecho el té, me senté en la mesa, tomé mis vitaminas. Me acordé de que no había agarrado las galletitas. Fui hasta la alacena,  me subí al banquito (porque soy petiza y no llego) Seguía medio dormida así que casi me caigo, pero hice equilibrio. Estaba en busca de mis galletitas, revolviendo toda la alacena, cuando de la tele escuché algo que me llamó demasiado la atención. Habían capturado a la madre de Caroline, que se había escapado del manicomio hacía dos semanas.  Me di vuelta bruscamente, salté del banquito, corrí a la tele y subí el volumen, me quedé como boba mirando la televisión. Según el periodista contaba, la policía había recibido un llamado telefónico diciendo que la criminal se encontraba en la plaza que mostraban en la pantalla. Cuando la policía se presenta en la plaza se encuentran con la asesina, atada a un banco de manos y pies. Y con una nota anónima que todavía la policía no reveló su contenido. No pude evitar sonreír, todo era obra de Caroline, estaba segura.  Me senté y una sensación de alivio me invadió, suspiré y terminé mi té.

                                                                                ***

Tres años después


Era primavera. Dentro de una librería las personas entraban y se acercaban al mostrador, otras, deambulaban por el lugar, buscando algo que les llame la atención. Pero hay una chica, que sentada en el suelo, tiene varios libros apoyados entre las piernas y encorvada, hojea uno, lo deja, hojea otro, toma otro del estante. Ella no parece notar lo que pasa a su alrededor. Entonces otra persona, también concentrada en lo suyo, la choca sin querer. Le pide disculpas. La chica desde el suelo, sin levantar la cabeza y como si casi no lo hubiera notado,  le responde unas palabras que la otra persona no llega a entender bien porque el tono de voz era muy bajo. La persona la rodea y pasa delante de ella, sigue mirando los libros. Y entonces como por esas casualidades de la vida,  sus miradas se encuentran, se conectan, se reconocen, se entienden. Las dos sonríen. Como si fueran amigas de una vida pasada. Pero eso es todo. Caroline se da vuelta y camina hacia la salida de la librería y Vera baja la cabeza y sigue leyendo.  

Vera Miszka




martes, 5 de noviembre de 2013

Premoniciones

“Todos tenemos luz y oscuridad en nuestro interior. Lo que importa son las decisiones que tomamos. Eso es lo que en realidad somos.”
                                                             -Sirius Black (Harry Potter y la Orden del Fénix)


Anochecía cuando Ulises caminaba por las calles desiertas de la zona más peligrosa de la ciudad. Estaba preparado, sabía lo que tenía que hacer y no tenía miedo. Avanzaba con las manos en los bolsillos, acariciando la pistola dentro del derecho. Iba a ser una noche fría y ahora todo estaba silencioso. A esta hora, en el barrio, todos se encerraban en sus casas, temerosas de ser víctimas de alguna que otra pelea callejera entre pandillas, de ser presa de seres desconocidos con las mentes más oscuras. Uno nunca sabe qué se esconde entre las sombras. En el barrio se manejaban con las leyes de la selva, el más fuerte sobrevive.

Ulises doblaba en una esquina y llegaba a una pequeña plaza, en la que unas hamacas se mecían lentamente por el viento.  Allí divisaba la silueta de un hombre y se acercó hacia él. Era Nicolás, se conocían desde que eran tan solo unos niños. Se sonrieron,  e intercambiaron unas palabras, porque no había tiempo para charlas.  Siguieron su camino, se internaron en un callejón oscuro y se sentaron detrás de un contenedor de basura, a esperar.  La noche era fría y silenciosa, justo como le gustaba a Ulises. Entonces miró a su amigo, los ojos verdes, las ojeras que caían debajo de ellos, el pelo negro rapado a los costados. En algún momento había sido un chico apuesto, ahora sus dientes estaban amarillentos,  su cara estaba demacrada y pálida. Aparentaba diez años más de los que tenía. 

Ulises comenzó a temblar y a sentirse nervioso, hacía ya unas cuantas horas que no se drogaba y la necesidad empezaba a abrumarlo. Sacó un cigarrillo y lo encendió, aunque sabía que eso no calmaría la ansiedad. Nicolás lo miró y sonrío. Tranquilamente, metió las manos en sus bolsillos y extrajo dos pequeñas bolsitas, le dio una Ulises y éste le agradeció, a lo que el otro le contestó que se lo tendría que pagar luego. Ulises asintió, con la esperanza de que su jefe les pagara bien por el trabajito que estaban por hacer. Entonces cada uno disfrutó lo suyo, aunque no era mucho, pero les satisfaría  por unas horas.
Ulises comenzó a sentirse mejor.  El tiempo se aceleró y los momentos se le pasaban como flashes. Que de a ratos se sentían tan bien, y por momentos escuchaba cosas, que le daban miedo, como llantos de un bebé que no paraba de gritar.

De repente  todo se puso negro, por un segundo, que parecieron horas, solo oía su respiración agitada. Entendió que solo había cerrado los ojos. Al abrirlos se encontró en una habitación donde había un niño, no debía tener más de tres años. Lo miraba confundido y con lágrimas en los ojos. Un ruido de un golpe, seguido de un chillido los sobresaltó a ambos. Ulises escuchó la voz de su amigo y luego el tiro. Corrió hacia dónde provenía el sonido y se encontró en una sala. Allí yacían dos cuerpos en el suelo, un hombre y una mujer, la sangre se esparcía, espesa. Detrás estaba parado Nicolás, con el arma en la mano y con una sonrisa macabra en el rostro miraba su obra. Inmediatamente, desvió la mirada hacía él y le preguntó calmadamente si había terminado. Ulises entendió que se refería al niño.  Al ver que no contestaba nada, su compañero lo miró con desprecio y dijo “para esto hubiera venido solo”. Suspirando, comenzó a dirigirse por donde había venido  Ulises.  Ya estaban enfrentados, Ulises estaba por decirle algo cuando vio que la mujer comenzó a arrastrarse. Entonces, su amigo, al verle la cara, se dio vuelta bruscamente,  caminó rápidamente hacia la mujer y le dio una fuerte patada en la cabeza. “Morite de una vez” exclamó.
Se volvió hacia Ulises y le dijo:
-          ¿Pensás hacer tu trabajo? ¿O tengo que hacer todo yo? – En su voz se notaba su irritación. Ulises no contestó. -¿Qué mierda te pasa? ¿Por qué me mirás así?

Sin responder, se volvió a la habitación donde estaba el niño, a terminar su trabajo, para poder cobrar ese dinero de una vez. Cuando entró todo seguía igual, el niño estaba inmóvil, solo lo siguió con los ojos. Cuando Ulises le puso el arma en la frente, la criatura lo seguía mirando, sin llorar, como si entendiera. Y su cara, su mirada, su presencia le era tan familiar que segundos antes de apretar el gatillo, pudo ver su hermano Max.

Ulises despertó gritando, últimamente tenía muchas pesadillas, pero nunca lograba acordarse de qué se trataban. Ya era de día, así que levantó su cuerpo de diez años de la cama haciendo un esfuerzo, le dolía todo el cuerpo. Mientras se cambiaba su madre entró a su habitación, al parecer lo había oído gritar. Ulises le dijo que había sido otra de sus pesadillas y ella lo miró preocupada. “¿Y no te acordás de nada?”.  A la mente de Ulises acudieron algunas imágenes con sonidos de voces, que no pudo relacionar ni comprender. Negó con la cabeza.  Ella estaba por salir de la habitación cuando Ulises le preguntó:

-          ¿Mamá qué es “drogarse”? –En realidad, Ulises tenía una vaga idea de lo que era, solo quería asegurarse. Su madre se quedó helada. Luego se acercó hacia él.
-          ¿De dónde sacaste eso? –Le preguntó.
-          Lo escuché… en mi sueño. –Ella se agachó hasta quedar a la altura de su hijo.
-          Es algo peligroso hijo que…-Suspiró.
-          ¿Es lo que hacía el tío Javier?
-          Sí. –Lo miró con tristeza.
-          ¿Es por eso que murió? –Ulises sabía que a su madre no le gustaba hablar sobre ese tema, porque la ponía muy triste, pero él necesitaba saber. Tal vez había soñado con el tío  Javier.
-          Si, hijito.
-          ¿Y por qué lo hacía mamá?
-          Tu tío tenía problemas en su vida, cosas feas que le pasaron y lo que hacía se convirtió en una forma de evitar esas cosas. –Ulises vio la tristeza de su madre reflejada en su rostro y decidió no preguntar más.

Luego de desayunar y prepararse, su madre lo acompañó a la escuela junto con Max, su hermano pequeño de dos años, que iba en el cochecito, medio dormido. Cuando llegaron, Ulises se despidió de su madre y de su hermano, luego ingresó a la escuela. Las horas de clase pasaron lentas y aburridas, Ulises junto con todos sus compañeros esperaban la llegada del recreo.  Cuando sonó el timbre, todos salieron apresurados al patio del colegio. Ulises se reunió con sus amigos. Uno de ellos contaba sobre un juego que había jugado en la casa de su primo, que tenía una computadora con una pantalla enorme…Ulises se distrajo en sus pensamientos y dejó de escucharlo. Se concentró, de verdad se sentía intrigado por lo que había soñado y quería acordarse, pero no lo lograba. Entonces reparó en que a unos metros, sentado contra una pared, un chico lo observaba. El chico estaba solo, tenía un cuaderno sobre sus piernas y parecía estar dibujando algo, cuando vio que Ulises lo estaba mirando, giró la cabeza hacia otro lado. El que había estado relatando la anécdota, dijo un chiste y todos rieron, menos Ulises que no lo había escuchado. Ulises les preguntó a sus amigos si sabían quién era el chico que lo había observado. Uno de ellos le contestó que se llamaba Nicolás, que era nuevo, que lo habían expulsado de una escuela y que lo enviaron aquí. El nombre del chico le resultó familiar, pero no supo por qué.  Siguiendo un impulso, se alejó de su grupo y se acercó a donde estaba el chico.  Cuando lo tuvo frente a él, se quedó sin palabras. Era su rostro, juraría que lo había visto en alguna parte, que lo conocía de algún lado. Pero no podía recordar de dónde.  El chico lo miró de una forma extraña, luego le pasó la mano delante de los ojos. Ulises parpadeó y se sintió avergonzado, pero no lo demostró. Se presentó y le preguntó si quería jugar a algo con sus amigos. Le contestó que no, cortante y siguió dibujando. Ulises se quedó callado y miró lo que dibujaba el chico, era un dragón que escupía fuego por la boca, parecía real. Estaba a punto de dar media vuelta y volver por donde había venido, cuando el chico le habló:

-          Me llamo Nicolás, lo siento, no me gustan los juegos, me parecen estúpidos. –Le dijo seriamente.  –Prefiero dibujar, es algo que en lo que sé que soy bueno y me hace sentir bien. –Lo miró y sonrío.
-          ¿Te molesta si me siento? –Le preguntó Ulises. Nicolás se encogió de hombros y Ulises se sentó a su lado.

Nicolás tenía los ojos verdes y el pelo negro le caía sobre los ojos, era flaco y no muy alto. Habían empezado a charlar cuando vieron aproximarse a Tomás y a su grupo. Se empujaban entre ellos y reían. Tomás era un chico gordo y enorme, y dedicaba su tiempo a molestar a los demás chicos. Principalmente los nuevos.  Cuando llegaron hasta ellos, Tomás los miró, se agachó y le sacó el cuaderno de las manos a Nicolás. Los dos se pararon. Nicolás le pidió que se lo devuelva. Tomás observó los dibujos y se echó a reír, luego tiró el cuaderno por encima de su hombro. Todos los del grupo rieron.  El chico nuevo, tratando de contener su ira, le dijo.

-          Me las pagarás.
-          Ay, qué miedo. –Le contestó Tomás, algunos del grupo rieron.
-          ¿No sabés por qué estoy acá no? –Le dijo Nicolás, calmado.  ¿Qué estaba haciendo? Ulises quería que se callara, iba a hacer que les dieran la paliza de sus vidas.
-          Dicen que te expulsaron
-          Oh si, un chico idiota como vos, quiso molestarme, pobrecito. –Nicolás hablaba sonriente. Esa sonrisa, Ulises la recordaba. Pero ¿de dónde?
-          ¿Me estás amenazando? –Le dijo Tomás, furioso.
-          No, pero ese chico idiota se cagó en los pantalones cuando le enseñé….-Metió las manos en los bolsillos y extrajo una navaja -…esto y luego se la mostré…-Apuntó a Tomás al cuello. – así. –Todos se quedaron en silencio. Sonó el timbre.

-          Estás muerto. –Le contestó Tomás, dio media vuelta y se marchó con sus amigotes.
Una vez a salvo,  Ulises le preguntó si estaba loco o algo así.
-          Tranquilo, no volverán, creeme.

Así fue como Ulises y Nicolás se hicieron amigos.
Los años pasaron y los dos se volvieron como hermanos, inseparables. Ambos estuvieron para el otro en los malos y buenos momentos. Ulises no tardó en enterarse que la familia de Nicolás no era normal. Nicolás tenía muchos hermanos y no todos eran del mismo padre. El novio de su madre era violento y solía pegarle a ella y hasta a veces, a sus hijos. Así que un día, el hermano mayor de Nicolás, Franco, harto de la situación, le pegó un tiro, en frente de Nicolás, sus hermanos y su madre. Franco ya era mayor, así que fue preso por algunos años, luego lo liberaron. Pero para ese momento, él había cambiado totalmente. Nicolás decía que se había convertido en otra persona. Se ausentaba días enteros, y a veces se iba por las noches, mientras todos dormían. Cuando su madre le preguntaba a dónde iba, se ponía agresivo y le contestaba que no era de su incumbencia.  Por otro lado, Ulises comenzó a tener peleas y conflictos con su madre.

Un día, Nicolás le pidió a Ulises que lo acompañara para seguir a su hermano y descubrir el misterio. Ulises aprovechó la oportunidad para salir de su casa, había tenido una fea discusión con su madre y ya no aguantaba estar ahí ni un segundo más.

Siguieron a Franco unas cuadras, hasta que se dio cuenta y se acercó a ellos. El miedo que sintieron los amigos se les escapaba por los poros. Pero para sorpresa de ellos, el hermano mayor de Nicolás no tuvo una mala reacción, si no que se echó a reír. Amistosamente, les pidió que lo acompañaran y así lo hicieron. Caminaron por las calles del barrio hasta llegar a un terreno baldío, donde había un grupito de chicos de la edad de Franco, sentados en los pastos. Los recibieron con risas y todo parecía ir bien.
Sabiendo que Ulises y Nicolás eran más chicos, uno podría imaginarse que los amigos de Franco podrían llegar a tratarlos diferente a como se trataban entre ellos, pero este no fue el caso. Ni siquiera cuando uno de ellos sacó un porro de su bolsillo y comenzó a fumarlo. Después comenzó a pasarlo a los demás, como si no les importara que Nicolás y él estuvieran allí. Cuando había terminado, encendieron otro y esta vez se lo pasaron a Nicolás. En sus ojos hubo un segundo de duda,  pero lo aceptó  y luego Ulises también.  Que estaba tan enojado con su madre que realmente no le importaba lo que le sucediera en ese momento. Entonces fue como si toda esa carga se liberara y comenzara a flotar. Se sentía tan bien, relajado, liviano. Era como si todos esos problemas hubiesen volado más allá de su cabeza y  fue maravilloso.  Pero no duró lo que él quería que durara.

Así fue como comenzaron a estar  con Franco y sus amigos todos los días, en los que siempre se drogaban y a veces, no solo con marihuana. Pero cuando estaba en casa, Ulises casi no podía dormir, su madre ya no le hablaba y alejaba a Max todo lo posible de él, eso era lo que más le enfurecía.
Uno de esos días, Nicolás y Ulises fueron a encontrarse con el grupo, como hacían usualmente. Pero cuando quisieron drogarse, Franco negó con la cabeza y dijo:

-          Esto no es gratis chicos.
-          Te pagamos después, dale. –Le contestó Nicolás.
-          No quiero que me paguen. –Dijo sonriendo. Los amigos se miraron sin entender. –Quiero que trabajen para mí.
-          ¿Haciendo qué? –Intervino Ulises, que no le estaba gustando el asunto.
-          Lo que sea que les pida, y les pagaré, obvio. –Concluyó.

Ulises no supo que le sucedió en ese momento, ni por qué. En su cabeza aparecieron imágenes, que se fueron conectando y formando partes de lo que había sido un sueño, olvidado hace ya tiempo.
En estas imágenes apareció Nicolás, con muchos años más grande, con la cara demacrada. Lo vio entrar a un hogar y matar a sangre fría a una mujer. Y su sonrisa, esa sonrisa, esos ojos perdidos en la locura fue lo que lo hizo estremecer. Y se vio a sí mismo, apuntando con un arma a la cara de un niño, que tendría la edad de Max, sintiendo ese deseo de drogarse, que le reclamaba su cuerpo…

Corrió. Nicolás lo llamó, pero él no se detuvo. Llegó a su casa y se encerró en su habitación, estaba alterado, no sabía qué hacer. Recordó la cara de Max en el sueño y comenzó a golpearse la cabeza contra la pared, cerró los ojos. Cuando los abrió estaba acurrucado en un rincón de su habitación, le dolía todo el cuerpo y tenía tantas ganas de drogarse que le dio miedo.
Se incorporó, caminó hasta su cama y se acostó, con la cara contra la almohada. En eso oyó unos pasos y su madre le habló desde la puerta.

-          Ulises. –Lo llamó. Él no contestó.
-          Ulises, levántate.
“Quiero que se vaya, andate mamá, haceme el favor, dale” pensó.
-          No me voy a ir hasta que te levantes y hablemos. –Ulises empezó a moverse y se sentó en la cama, sin mirarla. Ella se acercó.
-          ¿Otra vez estás drogado? ¿No te dije que lo dejaras? –Le dijo levantando la voz.
-          ¿Qué querés? –Alcanzó a decir Ulises, sin que se le quebrara la voz.
-          Que te vayas. – Sintió una puntada en el pecho.
-          ¿A dónde?
-          Ulises, te voy a internar, vas a hacer rehabilitación. –Dijo la frase sin vacilar.
-          ¿Qué? ¿Pero vos me estás jodiendo? –Ulises se levantó de la cama, furioso. ¿Cómo podía hacerle una cosa así?
-          No, no podés seguir así. Tenés diecisiete años, no podés destruirte así. Max tiene miedo, yo tengo miedo y no te quiero cerca de nosotros hasta que estés bien.
-          ¿Dónde está Max?
-          Durmiendo, así que te agredecería que no grites.
Ulises, lleno de furia, tomó su mochila y salió de la casa mientras que su madre lo seguía a los gritos.
-          YO NO VOY A IR A ESE LUGAR DE MIERDA –Le gritó y salió de la casa.

Caminando por la vereda, logró ver la carita de Max, que lo miraba desde la ventana de la casa, apoyado contra el vidrio. Ulises siguió caminando sin mirar atrás. En el camino se encontró con Nicolás que trató de convencerlo de que trabajara para Franco, Ulises le dijo que no y siguió caminando.

A sus diecisiete años, Ulises empezó a vivir su vida solo. Le costó, pero no volvió a drogarse nunca más en su vida. Porque cada vez que estaba a punto de hacerlo, la carita de Max contra el vidrio aparecía en su mente y no podía hacerlo. No soportaba haber decepcionado a su hermano, ni que éste le llegara a tenerle miedo.
Pasaron años. Una noche estaba sentado en su departamento, mirando el noticiero, cuando una noticia lo impactó. En la pantalla, los titulares hablaban sobre un hombre que había asesinado a una familia por asuntos de narcotráfico y agregaban que éste había sido asesinado en un tiroteo de bandas luego de cometer el crimen. A los titulares lo acompañaba una foto. Y  era él, Nicolás, justo como lo había soñado, hace tanto tiempo. Nunca había encontrado la explicación al sueño.  Nunca creyó en las premoniciones, ni en los psíquicos, ni nada de eso. Así que trató de justificar que lo que había sido que tomara la decisión de huir de Nicolás, Franco y toda su vida, fue su propio instinto, pero en el fondo sabía que no era así. Sabía que por alguna extraña razón, que tal vez nunca llegara a descubrir, la vida le había enviado una advertencia.

El escritor dejó de escribir. Por las persianas se colaban las primeras luces del día. Había estado escribiendo toda la noche. Se levantó y se dirigió al baño a darse una ducha. Se cambió y salió a la calle. Tomó un colectivo, el viaje duró dos horas. Cuando llegó a su destino, el corazón le palpitaba en los oídos, estaba nervioso. Esperó y caminó hacia la entrada de la casa. Tocó timbre. Tardaron unos minutos en abrir. Se encontró con un chico de trece años frente a él, era su viva imagen de joven. Los dos se miraron en silencio. El chico le preguntó que necesitaba. No lo había reconocido. El escritor le dijo quién era mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Tenía tanto que decirle, demasiadas disculpas, pero en ese momento, las palabras no salían. Se escuchó la voz de una mujer que venía desde adentro de la casa. Y en un segundo, su madre estaba detrás de su hermano, los años vividos se reflejaban en su rostro. Entonces el escritor, comenzó a llorar, se acercó a su hermano y lo abrazó. Pronto se acercó su madre y los tres se abrazaban y lloraban. Tal vez, los errores cometidos no los arreglara nunca, él no podía cambiar el pasado, pero en ese momento, estaban juntos, se sentían completos y con eso, bastaba.


“The family is forever”


Vera Miszka